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domingo, 18 de septiembre de 2011

Mi obra de arte






Autora   :  Doris Sánchez



Estaba yo ahí de frente a la incertidumbre de lo que pudiera pasar al siguiente día, esperaba visita  pero lo que más me tenía preocupada era comprobar si seguía manteniendo alto mi listón.  Lista en mano he ido hasta el supermercado en busca de todo aquello que me hiciera falta para mi obra de arte que no se iba a basar en materiales de pintura ni mucho menos.


Después de muchos años sin apenas un poco de práctica lo había decidido, era arriesgado porque podía pasar lo peor al menos como la última vez en que lo pasé tan mal, no lo quiero ni recordar.  Para los más cómodos es muy fácil comprarla hecha pero resulta que al menor de mi familia le gusta la que hace mi madre  y estoy hablando de algo que para mucha gente es sencillo  y que para mí es más que complicado por ese persistente afán de la perfección que me exijo a mí misma sin ninguna piedad.


 


Empecé desde la noche anterior a dar los primeros toques y como no podía conciliar el sueño me levanté la mañana siguiente totalmente entregada a ello, el tiempo se agotaba  y me seguía manteniendo firme en mis intenciones, el temor se apodera de mí y casi sin pensarlo ahí estaba yo poniendo una loncha de uno y luego de otro, capas y más capas y el tiempo se hacía interminable, enciendo el horno para que vaya calentando hasta que ya me empieza a llegar el vapor a mis piernas, falta poco y no paro de mirar el reloj, la apuesta está hecha y que sea lo que tenga que ser.  Lo peor de todo es intentar hacer algo en secreto para sorprender a alguien que en poco tiempo entrará por la puerta, el olor invade todo el espacio y por más que intento perfumar la casa el olor me delataba.


Introduzco la enorme bandeja y pongo a fuego moderado, ojalá que todo salga bien era lo único que podía pensar, los invitados estaban a punto de llegar, secreto absoluto para dar la sorpresa y lo logré, ahí estaba ella tan reluciente, jugosa y con un hermoso tono moreno gracias a los últimos minutos puesta en el grill.  Hablo de mi tan afamada lasaña, esa que nos enseñaron a hacer nuestras madres y abuelas y que luego se convirtieron en el plato favorito de nuestros hijos, esa que te lleva tanto tiempo y que deja tanto reguero por todos lados  y que con gusto afrontas después de un aprobado unánime de todos los comensales.


Los años pasan y envejecemos o tal vez olvidamos algún ingrediente imprescindible, se nos olvida la receta y tenemos que llamar a alguien para que nos refresque la memoria.  Mi madre ya no puede cocinar  porque sus piernas y manos ya no le responden como antes pero mantiene en la mente todas las recetas,  nos da consejos  y trucos  para mejorar o corregir algún problema en las comidas, es muy bueno tener a alguien que le guste la cocina y he aquí a una cocinera que pone todo el amor del mundo en cada plato que prepara.


Sabías que cuando estoy enfadada o no me apetece cocinar  porque lo reflejo, las cosas no me salen bien, pero cuando lo hago con amor y voluntad propia  me quedan exquisitas,  esta vez  a tres invitados muy especiales para mi, mi familia más cercana.   Comer en restaurantes para muchos es más cómodo pero yo prefiero mi casa y lo que pueda hacer con mis  manos, no todos los lugares tienen higiene en sus cocinas, alabo que ahora la moda sea el acceso a la vista del cliente hasta el lugar donde preparan los alimentos que luego comeremos.



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