Autora : Doris Sánchez
Me paseaba por el parque La Alameda cuando de pronto alcancé a ver unas tiendas colocadas justo al fondo, me dirigí hasta allí y encontré una variedad de instalaciones en las que personas de distintas nacionalidades vendían productos típicos de sus países y no faltó el caso de un argentino vendiendo productos italianos, son personas cuyas vidas viajan constantemente de una ciudad a otra como una forma de trabajo para llevar el sustento a casa en la que de seguro le esperan unos hijos con ganas de estar con sus padres.
Lo más llamativo es la buena relación que existe entre todos, hasta me invitaron a acompañarles a comer justo enfrente al lugar en el que tenían sus ventas, me dijeron es de una dominicana como tú y cocina muy bueno, como si yo no lo supiera, no solo bailamos un buen merengue, en la cocina ganamos las puntuaciones más elevadas por el amor a nuestras costumbres culinarias.
En cada fiesta de pueblo ahí están ellos, familias enteras dedicadas al comercio que por lo que he visto, no es de exclusividad para la clase gitana. Se están sumando muchos inmigrantes y españoles también.
Tienen un arte para vender que te dejan encantados, con las manos bien llenas de cuantas cosas bonitas y los bolsillos bien vacíos porque no te puedes escapar de esa labia que tienen, don del poder del convencimiento que no todas las personas poseen. Acaban el trabajo en una ciudad y ya tienen programado el siguiente destino, conservan un listado de las fiestas de todos los pueblos de España y eso les mantiene en constante viajar de un lugar a otro, más en las fiestas entre junio y septiembre en las que favorece el buen tiempo y la temporada de lluvia hace menor acto de presencia.
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